Hubo una vez un payaso de vocación, que toda su vida la dedicó a intentar hacer feliz a las personas, especialmente a los niños.
Con el paso del tiempo, los valores se iban perdiendo y cuando salía al escenario, solo recibía silencios, incomprensión, criticas y desprecios, pero a pesar de todo, él persistía e intentaba hacer sus parodias para complacer a todos los que le escuchaban.
Era polifacético. Tocaba su saxofón con delicadeza y dulzura, cantaba romances inventados, parodiaba con exquisitez y en ocasiones jugaba a ser poeta y recitaba sus versos con el corazón., pero no era suficiente. Se sentía desgraciado porque a pesar de su abnegación por hacer feliz a la gente, no se sentía satisfecho. Estaba perdiendo la ilusión y su validez estaba bajo mínimo
Aquella noche, sería su gran actuación.
EL PAYASO POETA
Por los senderos de
sus silencios
caminando con miedo y
prejuicios,
observa cómo sus sentidos se derrumban
prisionero de sus
condicionamientos
Cuando cae el sol y
la luna asoma
en los atardeceres
solitarios de sus posibilidades,
se disfraza de payaso para llenar de sonrisas
sus románticos versos
de amor.
Frases perdidas
abrazadas entre sí,
tras el silencio de
su viejo saxofón
y con la mirada
perdida en el infinito,
versa el payaso un poema.
Voz trémula sin
conjugación.
Necesidad de sentimientos
fallidos.
Fábrica de sonrisa
caduca.
Lágrimas por una
sonrisa forzada.
En medio de su dolor,
el fetiche se
derrumba
ante la pasividad del
público
y el aplauso negado.
Una lágrima resbala
por sus mejillas
desluciendo el maquillaje
y herido de muerte,
cae sobre el
escenario.
Vítores, aplausos de
reconocimiento
dedicados al payaso
por su poema versado
y su brillante actuación
Pero el payaso no está,
con el poeta ha marchado.
Juntos lloran y se ríen.
Su actuación ha terminado.
Anbairo